Cuando zarpó el amor para Paco

Francisco, de apellido Vitorino, tiene 64 años y su mujer lo acaba de dejar, en pleno mes de julio. El motivo es, según ha dicho ella, porque quiere pasar el resto de sus días buscando el sol en la playa. No obstante, en el pueblo se rumorea que se ha fugado con el socorrista de la piscina municipal, un papi chulo de tres al cuarto y, ahora, Francisco no puede dejar de imaginárselo como el tiburón que se la llevó. Vitorino, como algunos le llaman, siente que tiene el alma herida, sobre todo porque en el pueblo le dicen el venao.

—¡No te alteres, Paco, que te sube la bilirribuna! —le ha intentado consolar su amigo Jorge, en la barbacoa que ha organizado en su casa, o barbequiu, como les ha corregido su nieto Miguel, un pobre chaval que Francisco no tiene ni la más remota idea de cuántos años echarle, pero duda que tenga edad para hacer el amor y, encima, lleva la gorra puesta de tal manera, que parece que se la ha cagado una bandada de palomas al vuelo.

Francisco suspira con desgana.

— No puedo decir que me haya venido de nuevas. Tenía ciertas sospechas y Miami me lo confirmó… —le responde con pesar.

— ¿Miami? —se extraña Jorge, manejando las pinzas con una mano y con la otra fumándose un Ducados negro.

— Sí, hombre, la china del bar que sólo viene durante las vacaciones de verano. ¿Sabes quién te digo? —contesta Francisco como si fuese algo obvio.

— ¡Maya Ming! —se ríe el nieto, que le alcanza a su abuelo una cuerda de chorizos que lleva colgando en sus manos, el bote de mayonesa y se mete en la conversación—. Lo que pasa, Paco, es que aquí no hay playa y cuando llega el calor… ya sabes.

Francisco mira a Jorge y piensa que no entiende nada.

— ¿Qué dice? —le pide ayuda, pero éste se encoge de hombros.

— Jamás le pude comprender —contesta indiferente, mientras le pega la vuelta a los chorizos parrilleros.

— Mira —continúa el chaval—, a tu mujer le han vendido pajaritos por aquí y pajaritos por allá y, ahora que arde la calle, se ha ido bailando con el primero que le ha dado un poco de mambo nº5, ¿entiendes?

Francisco cree que sí, pero se niega a pensar que, después de treinta años de lo que él entendía por un matrimonio feliz, su esposa haya escogido a otro que le dé cremita con semejante facilidad.

— Ay, ¡que no te quieres enterar! Lo que tienes que hacer es salir de discoteca, quién sabe qué pasará… —remata Miguel, antes de robar una chistorra y salir corriendo cuando su abuelo le atiza con las pinzas en la gorra y se la manda al quinto pino.

— ¡Lo que me faltaba! De discotecas… con estos ánimos no creo que fuese a ser mi gran noche… —se lamenta.

— No te tortures más, Paco. Hace falta valor, eh, ¡hace falta valor para hacer lo que ha hecho la Macarena! —exclama Jorge, apuñalando el aire con el cigarrillo, prácticamente consumido.

Francisco le va a dar la razón con un ligero movimiento de cabeza, despacito, como si así fuese menos verdad, cuando su teléfono suena en el bolsillo de su pantalón; es su hermana Rafi, que desde que se enteró de la bomba lo ha llamado cada día.

— ¿Qué pasa contigo, tío? —le pregunta con confianza—. ¿Cómo estás?

— Bueno… Aquí, en una fiesta con amigos… —responde sin convicción.

— No me gusta oírte así, ¡con lo torero que tú has sido siempre! —le responde su hermana, a la que jamás le ha caído bien su cuñada y tampoco ha intentado ocultarlo—. Mira, Paquito, se viene lo bueno. Lo que tienes que hacer ahora es olvidarte de Macarena de una vez y mover tu cucu. Además, no sé qué haces aún en Madrid. Ya te he dicho muchas veces que para hacer bien el amor, ¡hay que venir al sur!

13 respuestas a “Cuando zarpó el amor para Paco”

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